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martes, 19 de enero de 2010

Acerca de la voz "Rimactampu"

Según el Inca Garcilaso de la Vega, en su libro Comentarios Reales de los Incas, la voz rimactampu significa "el lugar donde se habla" y corresponde geográficamente a una zona aledaña al río Rímac, donde el cronista asegura que existió un templo más importante que el de Pachacamac, destruido por los españoles. Obviamente, el conquistador Francisco Pizarro al llegar a este valle encontró una comunidad organizada, con caminos, canales de riego, chacras, almacenes, templos y viviendas, lugar propicio para fundar la ciudad que hoy se conoce como Lima.
Más de quinientas "wakas" siguen en pie en Lima Metropolitana actualmente, como mudos testigos de este pasado imborrable.
El blog "Rimactampu" es un homenaje a esta tierra, donde publicaré mis artículos, crónicas y testimonios, o también ensayos de otros autores de interés pùblico.

La raíz india de Lima

Por: Raúl Porras Barrenechea

No es exacto que Lima sea exclusivamente española por su origen, por su formación biológica y social y por su expresión cultural. La fundación española, forjadora perenne de mestizaje, tuvo que contar con dos factores preexistentes; el marco geográfico y el estrato cultural indígena. Ambos influyeron decisivamente en aspectos y formas de la peculiaridad de nuestro desarrollo urbano.
Don Hipólito Unanue, vocero de la ilustración colonial y maestro de nuestra meteorología, definió ya el clima de Lima como el de una "eterna y continuada primavera". Los cronistas soldados del siglo XVI después de ambular por selvas y riscos y pantanos habían dicho ya su admiración al llegar a tierra de tanto sosiego y equilibrio atmosférico como la de Lima. Cieza de León en su crónica, hoy cuatro veces centenaria, publicada en 1553, expresó su contento viajero al decir: "Y cierto para pasar la vida humana cuando los escándalos y alborotos y no haciendo guerra, es una de las buenas tierras del mundo, pues vemos que en ella no hay hambre ni pestilencia, ni llueve, ni caen rayos, ni relámpagos, ni se oyen truenos; antes siempre está el cielo sereno y muy hermoso" . Y los poetas del siglo de hierro confirmaron el entusiasmo de los cronistas, entonando himnos a la benignidad del cielo de Lima y a la uniforme templanza de sus estaciones. Pedro de Oña el poeta de Arauco huésped limeño de los Virreyes dijo en su cántico a Montesclaros:
Soberbios montes de la regia Limaque en el puro cristal de vuestro ríode las nevadas cumbres despeñadoarrogantes miráis la enhiesta cima,tan extensa al rigor del almo estíocomo a las iras del invierno helado.
Las constantes geográficas del clima limeño han sido señaladas precisamente por viajeros y geógrafos posteriores. Las preexistentes a la conquista fueron: la proximidad del mar, el suelo llano y desértico, los blancos arenales que conforman según el decir de Morand un paisaje lunar; el suelo de tierra arenisca delgada y fértil "que parece que la echó el Creador para hacerla habitable", la falta de lluvias que produce la esterilidad del suelo y el sistema de irrigación artificial por canales o acequias, el abono fácil en las islas vecinas, los sembríos de maíz, de yuca, de habas, de camotes, de frijoles, de maní y de algodón en los oasis verdeantes de los valles junto al curso rápido y torrentoso de los ríos, bordeados de arboledas frutales como los pacaes o huavas, las guayabas, paltas, chirimoyas, piñas, lúcumos y algarrobos; los bosquecillos de espinos, huarangos y algarrobos en las partes altas y en las bajas los sauces, chilcas y los juncales y aneas de los pantanos; la humedad ambiente condensada en la neblina y en la tenue garúa invernal; la fauna menuda y veloz, de gozquecillos, patos, palomas, cigüeñas, faisanes, perdices, venados y los clásicos gallinazos; sin animales temerosos como los lobos, salvo las águilas y astutas raposas, y los pumas sorpresivos. Los únicos fenómenos extraordinarios del ambiente costeño son el temblor cucuy y el hauyco o aluvión violento que desciende por las quebradas como un castigo de los cerros destrozando casas y sembríos.
La estructura geográfica original de suelo, clima, vegetación y vida animal, influye en primer término sobre el hombre y es reformada y definida por la acción de éste y por los recursos de su técnica. Del yunga costeño hablaban despectivamente los Incas, como lo comprobaron los cronistas primitivos Jerez, Sancho y Estete, que dicen de ellos ser "gente ruin y pobre", que no servía para guerra ni para gobierno. Esto, prescindiendo del alto nivel intelectual y artístico que revelan los vasos y dibujos estilizados de Nazca, las telas de Paracas y las esculturas chimúes. Coinciden en este desdén por el yunga u hombre de la costa, a través de los siglos, los amautas cuzqueños y los sociólogos marxistas de hogaño. Algunos geógrafos y viajeros han recogido también epidérmicamente, esa impresión deprimente del clima costeño sobre el hombre. Raimondi pensaba que el aire saturado de humedad hacía perder calor al cuerpo humano calentado por el sol. La tala de árboles suprimía las barreras a los vientos y favorecía el frío fisiológico. Middendorf creía que la falta de descargas eléctricas en el verano disminuía la capacidad de trabajo y el cielo plomizo cargado de nubes y la correspondiente falta de luz, más que la de calor, producían el decaimiento moral. En oposición a éstos, algunos científicos modernos afirman que el tiempo medio más favorable a la energía física e intelectual es el que va de 16º a 20ºC con 70º o 90º de humedad relativa y el de Lima oscila en 17º y 22º. El clima costeño, según Pedro Larrañaga, favorece en nuestros días, la vivienda y el taller baratos y ligeros, la suculencia de recursos alimenticios en que predominan las farináceas sobre las proteínas, permite el trabajo a la intemperie y ofrece reservas enormes de energía eléctrica proporcionada por los torrentes cisandinos.
Estas realidades geográficas básicas modelan las instituciones y las relaciones humanas. El yunga pescador y cazador obligado, se alimentó de carne y pescado crudo; se estacionó en los valles al borde de la fuente de agua única que recogió y distribuyó en canales para vivificar los sembríos de maíz y plantas alimenticias y construyó sus poblaciones agrícolas en las colinas o sitios encumbrados o cerros artificiales huyendo de la llanura o la tierra fértil por razones defensivas, económicas o mágicas. La huaca irguió su perfil en talud incorporándose a la visión del paisaje local. La templanza del clima, la amenaza del temblor y la falta de madera y de piedra determinaron los materiales de construcción: paredes de adobes o torta de caña y barro y techos de troncos de árbol, paja, ramajes o totora. El vestido fue ligero y de algodón y los trabajadores los simplificaban en el trabajo que hacían semidesnudos. La benignidad del clima, la facilidad de recursos, el ahorro de energías, deciden, según Bennet, la placidez necesaria para la creación artística y el refinamiento de la técnica. El yunga descubrirá sus calidades artísticas coloreando los muros con el ocre o granate de sus vasos y con los dibujos geométricos de sus tapicerías.
Las realizaciones urbanas y arquitectónicas alcanzadas por los yungas a la llegada de los españoles eran la aldea o marca, la pucara o fortaleza de adobes, la huaca o templo de piedra y barro, el tambo y la ciudad o hatun llacta como Pachacámac, Chincha, o Chanchán. El camino, las obras hidráulicas, la tendencia simétrica, el hermetismo de los lugares sagrados, los pozos sepulcrales revelan los progresos técnicos y las creencias. Son formas logradas y vivientes que supervivirán, algunas en la época española, junto con la toponimia que descubre las raíces étnicas y culturales. La casa yunga fue simplísima, de adobes y esteras y generalmente de tipo de ramada o vivienda de tres paredes y el cuarto frente descubierto, a la que se pone una reja y es un rancho republicano de Barranco o Chorrillos. Alonso Enríquez que recorrió la costa del Perú en 1534 dice que "no tienen casas sino setos de cañas, como corrales de gallina y ansi sucias desbaratadas". Y el contador Zárate que llegó en 1543 que "los indios de la costa no viven en casas, sino debajo de árboles o de ramadas". Cieza de León apunta, en 1548, que "los indios de los llanos y arenales no hacen las casas cubiertas como las de la serranía, sino terrados galanos o grandes casas de adobe, con sus estantes o mármoles y para guarecerse del sol ponían unas esteras en lo alto". El techo plano de estera, el adobe, la quincha son tradiciones que junto con el nombre indio recogerá la ciudad colonial, desalojando o reformando técnicas españolas.
La arqueología no ha aclarado, todavía, la extensión del cacicazgo de Lima y la importancia de los centros poblados alrededor de ella, como son Pachacámac, Ancón, Carabayllo, Armatambo, el Huarco y la misteriosa Cajamarquilla; lo que acaso aclaren las nuevas investigaciones del arqueólogo Stumer. El padre Cobo, el más ilustre historiador de Lima, nos dice que había tres pueblos grandes –Hatun Llacta– en la región de Lima que eran cabezas de tres hunus incaicos, de diez mil familias cada uno: Carabayllo, en el valle de Chillón; Maranga, huaca célebre y lugar arqueológico que ha cortado una irrespetuosa avenida republicana al Callao, y el más importante de todos, el pueblo de Surco o Armatambo, en las faldas del cerro solar, donde Hernando Pizarro se detuvo antes de llegar a Pachacámac. Este era el centro urbano más calificado de la región limeña y en la época de Cobo se veían aún "las casas del curaca con las paredes pintadas de varias figuras, una muy suntuosa guaca o templo y otros muchos edificios que todavía están de pie sin faltarles más de la cubierta". Los demás pueblos eran, dice Cobo, "lugarejos de corta vecindad". Cerca de Maranga estaba el "pueblo de Lima", que tenía aproximadamente media legua y se hallaba junto a la huaca o templo del dios Rímac, oráculo de la región. "Desde Limatambo a Maranga –dice el Padre Calancha– había una serie de enterramientos y casas o palacios, uno del rey Inca –la huaca de Mateo Salado– otro del cacique del pueblo y los demás de caciques ricos". Junto al río Rímac, a la banda del sur, había un lugarejo o tambo, en el mismo sitio que hoy ocupan la plaza y casas reales, que pertenecía, como las tierras colindantes, al cacique de Lima. Este lugar fue escogido por Pizarro para asiento de la ciudad, "por hallarlo ya proveído de agua, leña y otras cosas necesarias a una República y lo otro porque conjeturaba que sería más sano". La provisión de agua y su distribución por canales por el valle, es uno de los motivos determinantes de la elección del sitio de la ciudad. Las acequias juegan un papel decisivo.
Al fundarse la ciudad española el cacique de Lima era Taulichusco, "señor principal del valle en tiempo de Guayna Capac y cuando entraron los españoles". Un proceso judicial de la época revela las condiciones y extensión de su poder y la entraña del régimen incaico. Taulichusco, según los testigos indios, era "yanacona y criado de Mama Vilo, mujer de Huayna Cápac" y proveía los tributos que se enviaban al Inca y lo que éste mandaba. Un hermano de Taulichusco, llamado Caxapaxa era también criado de Huayna Cápac y "andaba siempre con el inca en la corte". El padre de Taulichusco, no obstante la sujeción del Inca y la protección de éste, tenía que luchar con los caciques "aucas", vecinos y rivales. Uno de ellos llamado Coli –acaso el de Chincha– entró por la fuerza en el valle, pero los indios viejos declaran que "había otros principales en el valle" y "tierras del sol y de las guacas" y de "otros caciques comarcanos". También se aclara el sistema de sucesión entre los curacas. Taulichusco, que alcanzó a recibir a Pizarro, "no gobernaba por ser viejo", en los últimos años, y ejercía el curacazgo su hijo Guachinamo, que se presentaba siempre ante los españoles "con gran servicio de indios". A Guachinamo le sucedió su hermano don Gonzalo que vivía en el pueblo de la Magdalena, que sustituyó a Limatambo, para alejar a los indios de sus idolatrías. En esa época, los indios del cacicazgo, que habían sido más de dos mil, se habían dispersado: unos se habían hecho yanaconas de los españoles en la ciudad, otros habían huido o se habían "desnaturado" de su tierra o se habían entregado "como vagamundos" a las borracheras. La mayor parte de las tierras y pastos que pertenecían al cacique, le habían sido arrebatadas y los indios estaban reducidos "a un rincón", según Pedro de Alconchel.
Una comprobación importante para la reconstrucción del marco geográfico limeño, en la época incaica, surge de este proceso, que abre ventanas al tiempo prehistórico. El cacique don Gonzalo pidió que declarasen los testigos sobre el hecho de que, al entrar los españoles en el valle de Lima, "había muchas chacras y heredades de los indios y en ellos muchas arboledas frutales: guayavos, lucumas, pacaes e otros todos" y que todos habían sido derribados para construir casas de los españoles y también los tiros de arcabuz. Pedro de Alconchel, el trompeta de Pizarro en Vilcaconga, declara que "avía muchos árboles de frutales y bosques dellos". El indio Pedro Challamay dice que, cuando entró el marqués, "hera todo de frutales de guavos e guayavos e lucumos y otros frutas y asimismo de camotales e donde cogían sus comidas". Y fray Gaspar de Carvajal, el cronista del descubrimiento del Amazonas, dice que, cuando él llegó a Lima, la primera vez "avía montes de arboledas e así lo era el sitio de esta ciudad e se iban los españoles dos leguas sin que les diese sol e todos estos árboles era frutales e agora ve que no hay ninguno". Marcos Pérez dice que Lima era "como un vergel de muchas arboledas de frutales". Y doña Inés de Yupanqui, la manceba india del Conquistador, recuerda el diálogo entre Pizarro y Taulichusco. Este protestó ante el Gobernador porque le quitaban sus tierras y "decía que adónde avian de sembrar sus yndios y que si le tomava las tierras se le irían los yndios y el marqués le respondía que no avia donde poblar la ciudad".
La extensión del cacicazgo de Lima era, sin embargo, muy corta. No alcanzaba a Carabayllo ni a Surco, que tenían jefes propios, ni al santuario de Pachacámac. Se concentraba al valle de Lima desde el puerto de mar de Maranga, llamado Pitipiti, antecesor del Callao, por el norte, hasta que el camino del Inca entra en el valle de Chillón; por el sur hasta Armendáriz, en que partiría términos con el cacique de Surco, llamado Trianchumbi; y, por el interior, abarcaría, acaso, hasta los caseríos menores de Late, Puruchuco, Pariache y Guamchiguaylas, que ascienden a la sierra. El área de atracción y de influencia de la aldea india de Lima era, pues, pequeñísima. Su cacique, uno de los más ínfimos régulos del Tahuantinsuyo, y aun el asiento de Lima, era parte de "la provincia de Pachacamac" como lo dice Pizarro en el auto para elegir el sitio de la ciudad. Hernando Pizarro y su hueste de jinetes, que pasaron en enero de 1533 hacia Pachacámac, no hubieran reparado en el cacique rimense si, en ese pueblo cuyo nombre no recordaba el cronista Estete, y en el que acamparon un noche, antes de llegar a Pachacámac, no les saludara, como Epifanía de la ciudad futura, un típico temblor de tierra. "Acaeciónos –dice el cronista– una cosa muy donosa antes que llegásemos a él, en un pueblo junto a la mar: que nos tembló la tierra de un recio temblor y los indios que llevábamos, que muchos de ellos se iban tras nosotros a vernos, huyeron aquella noche, de miedo, diciendo que Pachacámac se enojaba, porque íbamos allá y todos habíamos de ser destruídos". El mito del dios costeño y limeño se aclara así a despecho de antropólogos y lingüistas, como el símbolo de una cosmología popular que diviniza el mayor fenómeno telúrico y lo personifica en Pachacamac –el dios-temblor– como, más tarde, buscaría en el seno de la fe cristiana el auxilio divino, en Taitacha Temblores o en el Señor de los Milagros.
La raíz india de Lima está, pues, en el caserío de Limatambo y Maranga, regido por el Curaca Taulichusco. De él recibe la ciudad hispánica la lección geográfica del valle yunga, el paisaje de la huaca destacando sobre el horizonte marino; la experiencia vital india, expresada en las acequias, triunfo de una técnica agrícola avezada a luchar contra el desierto; el cuadro doméstico de plantas y animales, que el aluvión español modificará sustancialmente; algunas formas de edificación que podrían normar una arquitectura del arenal peruano y el nombre de Lima que tiene "sabor de mujer y de fruta", según Marañón, y que venció con su entraña quechua inarrancable, a la denominación barroca de Ciudad de los Reyes. Es el río Rímac, torrentoso, voluble y desigual, innavegable y huérfano de transportes, desconocedor del papel unificador de los cursos fluviales, camino frustrado, carente de paisaje y de alma, pero obrero silencioso en la fecundación de la tierra y creador oculto de fuerza motriz, el que impone su nombre a la capital indo-hispánica del Sur. Y hay, en la permanencia del nombre, acaso un sino espiritual. "Rímac –dice el padre Cobo– es participio y significa el que habla, nombre que conviene al río por el ruido que hace con su raudal". Rimani significa en quechua hablar, pero no sencillamente hablar, sino hablar de cierta manera. El habla natural o lenguaje se dice Simi y Runa simi es el lenguaje del hombre. Pero Rimani y sus derivados tienen un significado especial, como rimapayani que significa "hablar mucho, con presteza" o rimacarini, "hablar disparates", o rimacuni, "murmurar" y rima-chipuni, cierta forma de celestinaje. Con lo que el nombre de Rímac encarnaría el destino parlero y murmurador de Lima, la tendencia a la hablilla y a la cháchara y también al ático placer de la conversación.
Lima, ciudad brumosa y desértica, de temblores, de dueñas y doctores, es un don del Rímac y de su dios hablador.
(Tomado de: http://sisbib.unmsm.edu.pe/bibVirtual/libros/linguistica/legado_quechua/la_raiz.htm)

lunes, 18 de enero de 2010

Historia de Cayaltí

Por: Nivardo Córdova Salinas nivardo.cordova@gmail.com

Cayaltí fue antaño una próspera hacienda, que ya es mencionada en documentos del sigo XVIII en la colonia, junto con las haciendas de Piccsi, Pátapo, Luya, Pomalca y Úcupe, así como el antiguo "Ingenio Azucarero de Collique" que cita el historiador lambayecano Jorge Zevallos Quiñones.
A la llegada de Pizarro y sus huestes, nuestra civilización autóctona no conocía el cultivo de la caña de azúcar ni el trigo. Los encomenderos españoles apenas llegaron vislumbraron la calidad de nuestra tierra e inmejorable clima para la agricultura.
Aparte de Zevallos, otros estudiosos se han interesado en el tema, como el patapeño Carlos Arboleda Guanilo e incluso la norteamericana Susan Ramírez McCartney en su libro "Patriarcas provinciales: la tenencia de la tierra en el Perú colonial", amén de otros más conocidos como Lorenzo Huertas y Manuel Tafur.
¿Quién introdujo el cultivo de la caña de azúcar en Lambayeque? Según Arboleda Guanilo, los primeros en sembrar azúcar en nuestra región fueron Salvador Vásquez (encomendero de Reque) y Luis de Atienza (hijo del encomendero de Collique, Blas de Atienza) en el año 1570.
EL ANTIGUO "INGENIO AZUCARERO DE COLLIQUE"
"Hacia 1585 la población era un pequeño emporio de trabajo. Además del cultivo intenso de maíz, trigo, algodón, chancacas, raspaderas, garbanzos y variados productos hortelanos, dentro del pueblo ya por entonces también se afanaba una fábrica de azúcar conocida por el nombre de "Ingenio azucarero de Collique", escribe Zevallos Quiñones en "Historia de Chiclayo".
Afirma Zevallos, basado en documentos de archivo, que en pleno siglo XVI "gran parte de esta producción se llevaba por tierra a los mercados de Lima y por recuas a los mercados de Panamá". Zevallos demuestra que ya en 1585, un poderoso vecino de Trujillo, Juan Roldán Dávila, solicita al Ingenio de Collique 100 arrobas de azúcar "buena y bien acondicionada", de acuerdo a un poder dado por Roldán a Pedro de Mondragón ante el notario Antonio de Paz en febrero de ese año.
Más adelante afirma, cuando toca lo relacionado al siglo XVII, que "sin referirnos a Lambayeque ni Saña, a Chiclayo lo rodeaban huertas, chacras, fundos y en ellos se producía en pequeños trapiches de tracción animal mucha azúcar, por ser ella y las harinas de trigo las dos principales demandas de Panamá y Chile". Arboleda Guanilo en su estudio "Pátapo: una visión geográfica e histórica" (aún inédito) precisa que la producción de azúcar en la costa lambayecana se da en las haciendas de Piccsi, Pátapo, Luya, Pomalca, Cayaltí, Úcupe, entre otras.
ALUVIONES Y TERREMOTOS
Es de suponer, que estos hacendados vieron un excelente negocio en la siembra de caña y en la producción de azúcar. Pero siempre la naturaleza es impredecible y el "Fenómeno del Niño" (que hasta hoy nos amenaza) hizo su aparición. Tras el devastador aluvión del 24 de febrero de 1578, muchos cultivos fueron arrasados.
Décadas después se volvió a producir caña de azúcar. Zevallos dice que en 1675 el azúcar del valle de Chiclayo "que es como el de Saña", tenía siempre sobreprecio respecto a otros azúcares nacionales y valía siempre cuatro reales más que el de Trujillo.
Luego vino el terremoto de 1867. "Como agobiaba la esterilidad de los campos de trigo, los agricultores se vieron obligados a dedicar todo su esfuerzo a la caña de azúcar, doblando sembríos y construyendo mayor número de trapiches para su beneficio, lo que produjo el fenómeno negativo de la sobreproducción. El precio bajó a la mitad de antes. Sufrió el negocio de los derivados del azúcar como mieles, raspadillas y conservas", dice Zevallos.
Se ha registrado que en 1701 nuevos aluviones y plagas de ratones dejaron los campos esterilizados y destruidos las plantaciones de caña. Los trapiches se paralizaron y sobrevino escasez de azúcar que continuó por dos años más. Definitivamente era el inicio de una gran crisis económica para la región lambayecana.
LA DESTRUCCIÓN DE SAÑA
El aluvión de 1720 (un nuevo "Niño") arrasó la opulenta villa de Santiago de Miraflores de Saña y afectó las plantaciones de la mayoría de hacendados costeños. El sociólogo Luis Rocca Torres en su libro "Zaña, la otra historia", documenta de manera especial la trascendencia económica, política, cultural de esta ciudad que en su momento iba a ser la capital del Perú, y que incluso tiene ribetes legendarios con episodios como el saqueo que recibió por parte de piratas ingleses, la presencia masiva de esclavos negros traídos desde el Africa, y su producción literaria popular de manos de los famosos "decimistas". La población sañera damnificada emigró a las ciudades de Lambayeque y Trujillo.
MÁS ESTRAGOS DE "EL NIÑO"
En 1728 surge otra inundación que afectó a toda la población lambayecana. Según Arboleda, "las inundaciones no eran raras en la región, ya que los ríos se desbordaban ahogando rebaños enteros y destruyendo algunas haciendas. El fango y los escombros obstruyeron varios puntos del Taymi, dejando a las varias haciendas sin riego en varias temporadas". Se refiere a Luya, Tumán y Pátapo, que entonces era administradas por la Orden Jesuita. Obre esta última, refiere que "su limpieza fue larga y costosa, donde apoyaron algunos indígenas y los hacendados aportaron mano de obra, alimentos y animales de tiro para la reconstrucción de sus principales acequias". Las reparaciones fueron muy difíciles, por los efectos del "Niño".
En la primera mitad del siglo XVIII la economía de Chiclayo estaba resumida en la siembra de maíz, fríjol, garbanzo, ají, hortaliza, caña y producción de azúcares, que tuvieron una baja notable por las lluvias e inundaciones. La economía era inestable. Disminuyó la exportación de azúcar, miel y conservas a los mercados de Tierra Firme (Caracas, Venezuela).
La crisis aumentó por la mala administración de las haciendas así como litigios de tierras. "El efecto de estos factores acumulados produjeron una crisis general en la economía de exportación basada en la agricultura", sostiene Arboleda. Los repartimientos y encomiendas desaparecen en el último tercio del siglo XVIII.
EL SIGLO XIX
La centuria se inicia con la independencia peruana del poderío español. A mediados del siglo XIX Cayaltí estaba en manos de la familia Aspíllaga Anderson, y su producción anual de azúcar era la más alta a nivel nacional, llegando a los 4 mil kilos. Después de la independencia nacional, nuestro país había quedado devastado económicamente y por añadidura el Perú había contraído su primera deuda externa al aceptar dinero inglés para los gastos de la emancipación.
Pero en la década de 1840 todo empezó a cambiar. Aquí la historia nacional da un viraje radical hacia una bonanza a través del guano de las islas, el cual demostró ser un abono efectivo. Inglaterra iniciaba su revolución industrial y necesitaba con urgencia incrementar la producción de su agricultura, siendo el guano un potente fertilizante natural.
El historiador Zevallos Quiñones afirma que "al entrar al siglo XIX la economía norteña era excelente. Primaba la industria azucarera. Llegaron a funcionar trapiches de cobre a fuerza animal en los alrededores de Chiclayo, dando gran impulso a la sementera de la caña de azúcar. Tenía favorable consumo en Chile y la exportación se hacía por el puerto de San José". Luego se sumó Puerto Eten.
Uno de los rasgos de la economía peruana a los requerimientos del mercado mundial eran las haciendas o plantaciones que exportaban sus productos utilizando los ferrocarriles para efectuar el transporte. Los destinos eran países desarrollados como Inglaterra, Francia, Alemania y posteriormente Estados Unidos hacia finales del siglo XIX.
EL FERROCARRIL Y LA MÁQUINA A VAPOR
Con la revolución industrial, nuevos inventos se difunden en el mundo. En 1860 llega la máquina a vapor a Lambayeque, después de su habilitación en Lima en 1840. Definitivamente esto marca un hito importante, porque esta tecnología se empieza a utilizar en diferentes campos de la actividad humana. La agricultura y la industria azucarera no fueron ajenas a esto.
En 1870 se inicia la construcción de ferrocarriles en el Perú, para entonces un revolucionario medio de transporte que inicia la época moderna y se convierte en una herramienta para el comercio y para unir a las diferentes localidades. En 1873 llega el primer ferrocarril a Pátapo y también por entonces se inicia la construcción de la línea férrea que unía Puerto Eten con Cayaltí. Todo el Perú vibra con el estruendo de las locomotoras. Se construye el Ferrocarril Central de La Oroya, un ejemplo mundial de ingeniería, con el puente más alto del mundo.
LOS BARONES DEL AZÚCAR
A principios del siglo XX ya empiezan a los hacendados a aumentar su poder económico-social, quienes dentro de su propiedad tenían más poder que las autoridades políticas. Los llamados "barones del azúcar" ejercían notable influencia a causa del inmenso poder económico que tenían, lo que les creó por un lado antipatías con los gremios del naciente sindicalismo, pero por otro lado también eran respetados. Figuran los Aspíllaga en Cayaltí, los Pardo en Tumán, los De la Piedra en Pomalca y los Izaga en Pucalá.
Para mantener y mejorar la producción en el campo, los hacendados pusieron en práctica la modalidad de "enganche" que se practicaba en otras haciendas de la costa peruana. Predominantemente traían pobladores de la sierra, pero a mediados del siglo XIX empiezan a importar personas procedentes de China y Japón, en condiciones muy duras.
"La finalidad principal del enganche era buscar hombres para trabajar en las haciendas. El anganchador socorría a la gente con el dinero que necesitaba para sus sembríos o para la compra de medicina para sus familiares que estaban enfermos, pero con la condición de ir a trabajar a la hacienda. Sin embargo se procedía primero a un contrato que estipulaba que hasta no pagar el ´socorro´ los peones no tenían derecho a percibir ningún salario".
EL SINDICALISMO
Perú no fue ajeno a los movimientos sindicalistas y de reivindicación de las ocho horas laborales. En estas luchas también se dieron enfrentamientos con saldo de vidas humanas. Manuel Tafur Morán y Diana Cordano Gallegos en su estudio. "Los sindicatos en las cooperativas azucareras" señala que los sindicatos azucareros se forman a partir de 1929 y que expresan el descontento por la explotación de la fuerza de trabajo.
Antes de 1929 (año del "crack" norteamericano"), un hecho significativo es la huelga de 1917 en la hacienda Pomalca y en 1921 en Cayaltí, reprimidas con el uso de la fuerza. Los reclamos venían de quienes laboraban en las condiciones más adversas: los braceros o cortadores y los carreros, encargados de llenar los vagones con caña. Solicitaban aumento de salario, dotación de alimentos (antecedente de lo que se conocerá como la "paila"), supresión de los vales de cartón que reemplazaba al dinero y que sólo tenían valor en los tambos de las haciendas, desaparición de los tambos (almacenes de dispendio de alimentos) y el abaratamiento de artículos de primera necesidad ("La Abeja" Nº 766, 9 de Julio de 1917).
Habría que ubicarnos en esta época, en sus vaivenes políticos, para comprender la realidad social de entonces. En su estudio "Antagonismos políticos en Lambayeque, 1920-1930" Luis Heredia Gonzales aborda ese tema, en medio de los nacientes partidos como el APRA y el Partido Comunista del Perú, liderados por Haya de la Torre y Mariátegui, los reclamos populares, las elites familiares de los "barones" del azúcar. En la vida cotidiana la interrelación entre hacendados y cañeros no sólo se daba en el trabajo, sino también en otras actividades como el deporte y la recreación. De alguna manera estas fricciones se tenían que superar, la vida continuaba, la industria azucarera no podía parar.
Manuel Tafur afirma que "como un intento de frenar la organización independiente de los trabajadores, los propietarios acentúan la práctica del paternalismo". La receta es de mucho sentido común: "atraerlos y servirlos cada vez que lo necesiten o pidan" (Carta del administrador al gerente de Cayaltí, 26 de Nov. De 1921 citado por Lorenzo Huertas). Además está la promoción del deporte: "Hoy -1931- tenemos una buena tarde deportiva y esperamos que vaya mucha gente y estarán entretenidos y contentos y nosotros iremos también. Este apoyo que damos desde nuestra llegada en Cayaltí en 1923 a los clubes deportivos, creo que a la postre ha sido una gran obra y un gran contacto con la gente leal y buena de la hacienda (Carta del administrador al gerente de Cayaltí; 14 de Agosto 1931, citado por Huertas)".
Por su parte los dueños de Tumán también aplicaron esta receta: "En la época patronal no habían manifestaciones de ningún tipo, excepto para los deportes. Siempre ha habido afición acá, era un escape para entretener a la gente y evitar que se vaya a manifestaciones políticas" (Tumán, en Flores Galindo 1977). De 1929 a 1932 el sindicalismo apunta a lograr conquistas de carácter democrático (derecho a la sindicalización, a la reunión y a la huelga), de carácter económico (aumento de salarios, pago de sobretiempos), de carácter laboral (jornada de 8 horas, mejores condiciones de higiene y seguridad, descanso obligatorio un día a la semana) y de tipo social (construcción y mejoramiento de rancherías o posteriormente "canchones").
La dictadura que gobernó el Perú en 1930 reprime estos movimientos, como la tristemente recordada masacre de 1931 donde murieron más de 50 obreros. Fue en el mes de junio, cuando trabajadores de Pucalá, Pátapo, Pomalca y Capote se dirigieron a Chiclayo en protesta por el apresamiento de dos líderes de la USTL y el incumplimiento de pacto en Pátapo y Pucalá. En el camino fueron abatidos por la policía.
EL COOPERATIVISMO DE VELASCO
En 1969, tras la promulgación de la ley de Reforma Agraria durante la dictadura militar de Juan Velasco Alvarado, se expropiaron las tierras a los hacendados para entregárselas a los campesinos, bajo la supervisión del Estado. Para la analista Silvia Cuevas, "este fue el inicio de la crisis de las azucareras" ya que "en la práctica, la reforma agraria significó la burocratización del sistema cooperativista que comenzaba a extenderse por todo el país".
El error de Velasco fue darles las tierras a los trabajadores (y todo el sistema administrativo económico que representaba) sin darles ninguna capacitación. En efecto la relación de servidumbre con los antiguos "patrones" va a desaparecer. La "cooperativa", una forma de propiedad social de los medios de producción -derivada de los postulados de los modelos socialistas- no fue la solución.
Tras más de veinte años, el fracaso del cooperativismo era evidente. La propiedad colectiva dio muestras de ineficacia. A nivel mundial, con la caída de los regímenes comunistas, se comenzó a ver el fracaso de un sistema político económico que, si bien es cierto, captó el entusiasmo en la época velasquista, no fue el mejor.
En los gobiernos de Belaúnde y sobre todo en el de Alan García, el declive de la producción azucarera era más notorio. Las fábricas no tenían mantenimiento, descendió la producción en el campo y las "cooperativas" fueron cayendo en vicios administrativos, ya sea por falta de capacidad de las cúpulas dirigenciales o por falta de ética.
En 1987 Fujimori empieza a privatizar empresas estatales. Las cooperativas corrieron el mismo destino, con la diferencia que sus acciones se repartieron entre los trabajadores. Algunas empresa vendieron acciones al sector privado -como Pomalca y Pucalá-, pero otras se quedaron así, en medio de la inacción y el desgobierno. Ese es el caso de Cayaltí, que hoy es además distrito.
CAYALTÍ HOY
Su situación crítica. No hay producción. El fideicomiso con Cofide no dio resultado. Se han abandonado muchos campos de cultivo por falta de financiamiento. Uno de esos sectores es precisamente el anexo La Viña, que fuera invadido por personas que estarían alentadas por traficantes de tierras y donde hace tres años se produjo un enfrentamiento con un saldo de 12 muertos.
Cayaltí tiene cinco mil hectáreas para sembrar caña, y el resto son huertas y terrenos salinos y para crianza de ganado. Tiene 1,300 trabajadores en actividad, 4,190 jubilados y viudas. El ingenio está paralizado y los trabajadores que se dedican a la siembra reciben pequeñas propinas.
"Tantísimos años en esta forma como estamos. En primer lugar entraron unos trabajadores de acá, han sido más vivos que el águila, se llenaron, han arrancado, han arruinado todo, han vendido caballos, han vendido un montón de cosas. En la fábrica ya no hay nada casi, solo el techo está, toditito una desgracia. Y como no se va querer, por eso se ha estado luchando por un inversionista que venga, pero cuando alguien a querido interesarse, la otra parte saltaba y hacía lo imposible. Las autoridades son corruptas, porque no han puesto la orden como debe ser, esa es la verdad. Queremos que el señor presidente de Lambayeque venga a ver esta cuestión. Cayaltí ha sido la primera cooperativa a nivel nacional, y ahora estos pobres hombres, los jubilados hay días que no comen. Cuando hay una propina a veces nos dan, treinta o cincuenta soles, pero eso es para dos días nada más", señala un traajador de la empresa.
La población, que se ha incrementado, se dedica al comercio o a cultivar sus huertas. Con la llegada de inmigrantes de la sierra, Cayaltí tiene un rostro distinto al que tenía antes. Hay graves problemas sociales que resolver como el desempleo, al que se suma el incremento de la delincuencia común y la drogadicción.
La urbe carece de un adecuado sistema de agua potable y alcantarillado, sus vías no están asfaltadas. Sin embargo, un importante sector de la población quiere que Cayaltí se levante de sus ruinas. Por ahora quedan los recuerdos, como el de una anciana que dice: "Hoy Cayaltí no es ni la sombra de lo que fue".