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martes, 16 de febrero de 2010

Las huacas y la Lima pre hispánica

Por: Juan Luis Orrego Penagos


La historia prehispánica del territorio que ocupa hoy nuestra Capital empezó a tener perfil propio con la aparición de la CULTURA LIMA (200 a.C.-600 d.C.). Se trató de un Estado Teocrático en la costa central que logró integrar bajo su gobierno a los valles de Chillón, Rímac y Lurín. Posiblemente se extendió también hasta el valle de Chancay por el Norte y las serranías adyacentes por el Este. Toda una red de canales articularon económicamente los valles: los canales de Copacabana, Carabayllo, Huacoy, Infantas, Naranjal y Chuquitanta (Chillón) y los de Carapongo, Nievería, Huachipa, Ate, Surco, Huatica y Maranga (Rímac).

Esta cultura se organizó sobre una red de centros administrativos gobernados desde el centro urbano de Maranga, una suerte de capital política y cultural. Se integraban a ella centros administrativos menores como Copacabana Playa Grande, Culebras y La Uva en el Chillón; Pucllana, Melgarejo, Santa Felicia, Vista Alegre y Cajamarquilla en el valle del Rímac y Pachacamac en Lurín. Junto con ellos aparecen otros centros de tercer orden (plataformas) y una multitud de aldeas de agricultores que pueblan tanto el valle bajo (entre cultivos, pequeños eriazos y a la vera de canales y caminos), como en el valle medio (en las laderas bajas de los cerros y pequeños espolones junto a fuentes de agua).

La “capital” Maranga estuvo compuesta por pirámides truncas escalonadas, grandes cercos, palacios, depósitos, amplias plazas públicas y sectores de viviendas. La arquitectura Lima se caracteriza por el uso masivo de pequeños adobitos paralelepípedos dispuestos verticalmente, en una técnica denominada coloquialmente “en forma de librero”. Ella se empleó tanto en muros como en rellenos constructivos. Para elevar las pirámides se construían recintos cuadrangulares, aglutinados como celdas, que eran luego rellenadas. En algunos casos existen muestras de arquitectura en tapia o restos de murales policromos elaborados sobre la base de diseños geométricos representando monstruos marinos y peces o serpientes entrelazadas. Para ello, se combinaron los colores rojo, negro y blanco. Muchos de los diseños murales son recurrentes en la cerámica, la textilería y talla en madera.

Luego vendría lo que los arqueólogos e historiadores han llamado la CULTURA ICHMA que, en su fase inicial, corresponde al periodo entre los años 600 y 1000 d.C. Esta etapa corresponde a la expansión de Wari en la costa central. Los wari (originarios de Ayacucho) desarrollaron un Estado comercial que alcanzó carácter Imperial. Hay presencia de sacerdotes, especialistas, guerreros y artesanos muy bien organizados que salieron a buscar nuevos mercados y materias primas. Para ello, crearon una red caminera (qapac ñan), tecnología contable (quipus) y un conjunto de ciudades enclave o emporios comerciales desde los cuales se organizó la producción artesanal y se centralizó el comercio a lo largo de la mayor parte de los andes centrales. Se inicia así un nuevo proceso de integración, esta vez, económico-comercial, y religioso.

En este contexto, las sociedades de la costa central fueron integradas en una red comercial ampliada, sin embargo, mantuvieron su independencia política y continuaron desarrollando una cultura propia. Si bien la presencia Wari no fue de dominio físico, efectivo, generó un gran impacto en el modo de vida de las poblaciones. Para el caso de la costa central se aprecian cambios en la calidad de vida de la gente con la incorporación de nuevas especies agrícolas (maíz, frejoles y algodón), el uso de tejidos de lana, algodón y tintes policromos, el empleo del cobre y metales casi masivo en la elaboración de adornos y herramientas. Se incorporan nuevos elementos iconográficos y símbolos religiosos relacionados con el “Dios de los Báculos” (Wiracocha) de Wari y Tiawanaco.

En el valle del Rímac, este fenómeno se asocia con la aparición de la cultura Ichma en su etapa inicial (el vocablo ichma, según María Rostworowski, significa “color de fruto que nace en capullo”). Los habitantes de este valle transformaron su modo de vida y cultura material. Las grandes pirámides truncas y escalonadas gobernadas por sacerdotes son paulatinamente abandonadas para dar paso a un uso más “civil” de los espacios. Al parecer el comercio ampliado genera nueva riqueza y con ella una “nueva clase social” de señores y artesanos especializados (tejedores, tintoreros, ceramistas y orfebres).

Un hecho importante corresponde al cambio en el patrón de enterramiento de la población. Se relegan los entierros extendidos simples (cultura Lima) y se da paso a suntuosos “fardos funerarios con falsa cabeza”, como los encontrados en Ancón, Huallamarca, Cajamarquilla, Huampaní y Pachacamac, entre otros. Parte de la población siguió ocupando los antiguos centros urbanos como Maranga, Cajamarquilla y Pachacamac; otra parte de la población dirigida, por un curaca, fundó nuevos pueblos como Huaycán, Mateo Salado o Limatambo.

La desintegración del gran Estado Wari trae como consecuencia la centralización del poder político y económico en manos de una nueva clase de gobernantes; ahora, la autoridad pasa a los grandes curacas. Es la del SEÑORÍO DE ICHMA (1000-1470 d.C.) que integraba los valles del Rímac y Lurín, y se hallaba compuesto por un conjunto de curacazgos enlazados y subordinados a un Señor Principal, el Curaca de Pachacamac.

Los límites entre curacazgos estaban definidos por el curso de los canales de regadío, y su gobierno estaba en relación con la administración de los sistemas de infraestructura hidráulica. Los canales principales drenan los ríos y hacen circular el agua necesaria para los cultivos por varios kilómetros. La regulación de los volúmenes de agua, los tiempos de riego, el control de bocatomas y su mantenimiento, requirió la presencia de un poder centralizado y de una gradación de administradores y especialistas. Aparecen nuevos asentamientos y se edifican palacios, edificios administrativos, templos y poblados enteros. Junto con la arquitectura pública y civil de elite aparecen construcciones más modestas como barriadas hechas en quincha con cimientos en piedra.

Ahora los edificios públicos de carácter administrativo son piramidales con rampa. Se caracterizan por tener una plataforma cuadrangular baja con un patio rectangular cercado en su frente Norte, ambas se articulan mediante una rampa central. La plataforma posee en la cúspide una suerte de atrio o audiencia abierto en forma de U, con recintos techados en los laterales. En la parte posterior se solían ubicar espaciosos depósitos y en áreas anexas amplios patios, secaderos y zonas de laboreo. Este tipo de arquitectura se evidencia en Pachacamac, Santa Cruz y Armatambo, entre otros restos. Ahora, la ciudad de Maranga decae brevemente y se continúan ocupando espacios y edificios de la época anterior, pero en la zona colindante aparece una importante cantidad de plataformas y palacios administrativos como las huacas La Luz, Pando, Palomino, Culebras o Panteón Chino. En vez de Maranga, surge el imponente centro urbano de Mateo Salado.

La conquista inca de la costa central ocurre en 1470 por obra de Túpac Inca Yupanqui. Los incas crearon la “provincia” de Pachacamac, que comprendía por los valles de Chillón, Rímac y Lurín. A su vez, esta provincia fue subdividida en tres Hunus o Sayas, que para el caso fueron las de Surco-Pachacamac, Maranga y Carabayllo. Cada Saya fue a su vez dividida en Guarangas y cada Guaranga en Pachacas y Ayllus.

A la cabeza de cada Hunu se construyó una ciudad principal, destacando la ciudad de Maranga (Rímac) y la de Armatambo (Surco y Turín). Junto a estas “urbes” aparecieron muchos centros administrativos menores y palacios curacales como elementos de penetración en el tejido social local. Los curacas de Lima fueron aliados de los incas y así mantuvieron sus antiguos privilegios. Desde sus palacios –dispersos por el valle– los curacas continuaron administrado la producción y distribución regional, pero esta vez, bajo la estructura política del Tahuantinsuyo.

Como ciudades principales sobresalen Maranga, en el que destaca un gran palacio, luego la ciudadela de Armatambo y el Santuario de Pachacamac en el Valle de Lurín. Junto con ellos se pueden apreciar muchas de las “huacas” (centros administrativos menores) que ahora vemos por las calles de nuestra ciudad: Mateo Salado, Limatambo, Mangomarca y Huaycán. En un tercer nivel jerárquico aparecen Puruchuco, Mayorazgo, Santa Felicia, San Borja, Santa Cruz, Panteón Chino, Palomino, Corpus, Pando, La Luz, Culebras, Huantille, Huantinamarca, Huaca Rosada y muchas más.

lunes, 1 de febrero de 2010

Luis Valle Goicochea, el poeta de La Soledad

EDITAN OBRAS COMPLETAS DE LUIS VALLE GOICOECHEA

Por: Nivardo Córdova Salinas (nivardo.cordova@gmail.com)

Una poesía nostálgica y evocadora de la infancia, donde están presentes la soledad, el desconsuelo y el misticismo está presente en "La pared torcida", obra poética completa del escritor liberteño Luis Valle Goicochea editada por la Universidad Alas Peruanas (UAP) para rescatar una de las más altas voces de la lírica nacional, la cual ha contado con el decidido apoy de los familiares descendientes del poeta, especialmente su sobrino Luis Valle Cisneros.
Medio sigo después de su fallecimiento se ha emprendido la tarea de publicar toda la obra lírica de Valle Goicochea, quien nació en el poblado de La Soledad (Pataz), aproximadamente en 1910 y falleció trágicamente en Lima en 1953. Aunque en 1974 el INC había publicado una primera versión de la poesía completa de Valle -en esa oportunidad con prólogo de Aurelio Miró Quesada y la compilación hecha por el poeta Francisco Izquierdo Ríos-, la nueva edición contiene varios libros inéditos y poemas sueltos, reunidos bajo el auspicio de la Universidad Alas Peruanas que ha sido compilada por el poeta Jorge Eslava. Anoche, los familiares y descendientes del llamado "poeta de la infancia" se dieron cita en la Casa de la Emancipación para presentar este libro, al que le seguirá la obra en prosa y su trabajo periodístico, pues Valle cooperó con los diarios El Comercio de Lima, La Industria de Trujillo, El Deber de Arequipa. Marcado por un sino trágico, Valle tuvo períodos de misticismo marcados por sus estudios sacerdotales, así como su enclaustramiento voluntario en El Convento de La Recoleta en el Cusco, de los que salía compulsivamente para sucumbir ante el alcohol. De esta lucha da cuenta Ciro Alegría, quien fue su amigo, entre otros notables escritores peruanos como Sebastián Salazar Bondy, Aurelio Miró Quesada, Martín Adán, entre otros, quienes lo describen como un poeta frágil y sensible, ajeno a los vaivenes del vanguardismo y más cercano a una poesía mística de tonos rurales y lugareños, donde la tristeza es permanente. En "La pared torcida" se ha incluido toda su obra poética: "Canciones de Rinono y Papagil" (1932), "El sábado y la casa" (1934), "La elegía tremenda y otros poemas" (1936), "Parva" (1938), "Los zapatos de cordobán" (1938), "Paz en la tierra" (1939), "Miss Lucy King y su poema" (1940) y "Jacobina Sietesolios" (1945) poema dramático sobre San Francisco de Asís. Como novedad se incluyen sus poemarios "Al oído de este niño" (1943-44), "Amor acecha" (1939), "Sal" (1939), "Tema inefable" (1944-45), y otros poemas sueltos. Los familiares del poeta confirmaron la próxima aparición de las prosas completas, que incluirá las cartas a Esther Allison, escritas en un cuaderno durante su estadía en el Hospital Hermilio Valdizán, donde aborda sus "desesperados insomnios", textos que fueron publicados en el diario El Comercio en 1958 bajo el nombre de "Diario de Hospital". Con el diario decano escribió la columna "El árbol que no retoña". (ncs)