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lunes, 17 de enero de 2011

Félix Rebolledo: artista de Catacaos para el mundo

Felix Rebolledo Herrera (Catacaos 1944 – Lima, 1986)

Fotografías: Andrés Garay Albújar (agaray@udep.edu.pe)
Texto: Nivardo Córdova Salinas (nivardo.cordova@gmail.com)
Agradecimiento: familia Rebolledo Herrera

Félix Rebolledo Herrera es uno de los artistas plásticos piuranos más influyentes, junto con Ignacio Merino y Luis Montero. Hace 24 años murió asesinado, pero su obra artística sigue vigente y más viva que nunca.
A más de dos décadas del fallecimiento de artista plástico peruano Félix Rebolledo Herrera (Catacaos 1944 – Lima, 1986) durante el genocidio ocurrido durante un motín en el penal de Lurigancho, en Lima, el 19 de junio de 1986 (*), su obra todavía no es valorada suficientemente, ya sea por las circunstancias trágicas de su muerte o quizás por el silencio oficial de la crítica sobre su magnífica obra.

De los artistas plásticos contemporáneos del Perú, Félix Rebolledo Herrera encarna –en mi modesta opinión- al igual que el poeta Javier Heraud, el ideal del artista humano y su búsqueda permanente de verdad, justicia y belleza. Aquí la obra y la biografía del creador son dos caras de una misma moneda: por un lado el ideal estético y por otro las preocupaciones sociales.
Por eso es que la figura de Félix Rebolledo representa un tema ineludible al momento de hacer un balance de la cultura peruana de las últimas décadas y sobre nuestro arte contemporáneo. Indudablemente, en el campo de las artes plásticas del Perú la obra artística de Rebolledo tiene características únicas, en técnica y tema, que merecen un análisis mesurado para valorar aquellos valores esenciales de su propuesta estética, sin los cuales habría un vacío en nuestra historia cultural.

UNA VIDA DEDICADA AL ARTE
Graduado con medalla de honor a fines de la década del 60 en la Escuela Nacional de Bellas Artes de Lima -junto con la extraordinaria pintora Tilsa Tsuchiya, amiga cercana y compañera generacional- Rebolledo plasmó su obra con minuciosidad de artesano. Temprano optó por el grabado en todas sus técnicas y variantes (xilografía, aguafuerte, etc.), y luego de terminar su formación académica viajó a Francia en la época del famoso “Mayo del 68”. Su estadía europea le permitió acaso vincularse con los movimientos de vanguardia. Sobre la biografía del artista, y especialmente su estancia europea, empiezan a aparecer nuevas luces.
Según información aclaratoria proporcionada en Lima por la hermana del artista, Flor de María Rebolledo Herrera y la crítica de arte Nanda Leonardini, Félix Rebolledo jamás trabajó en el taller de grabado del artista español Pablo Picasso, tema que muchos dábamos por cierto como para de la “leyenda” sobre el grabadista. De todas formas este detalle no afecta la valoración de su obra, aunque en Francia su técnica alcanzó altas cumbres. Lejos de adoptar las modas de la época, Rebolledo sino que siguió profundizando en la temática social, en las líneas medulares del indigenismo de José Sabogal, pero con una técnica avanzada que recurría al expresionismo, sin abandonar su filiación con el paisaje y el retrato. Es probable que su ciudad natal, Catacaos, enigmática urbe de raíces mochicas y tallanes en las cercanías de Piura, haya ejercido una influencia decisiva por su cercanía al medio rural, las picanterías y chicherías que dejaron una huella imperecedera, o sus calles idílicas con arquitectura del siglo XIX, pero con sus contrastes sociales de una comunidad marginada de la pseudo modernidad, como otras ciudades del “interior” del Perú.
Críticos como Élida Román o Jorge Villacorta han expresado opiniones favorables al arte de Rebolledo, pero sigue siendo un desconocido para la historia oficial de plástica nacional y aún hoy –al margen de menciones tangenciales en estudios socio-literarios o de los abordajes conceptuales - Rebolledo es mirado desde lejos por los círculos de la elite cultural.
Pero hay excepciones. Flor Rebolledo y Nanda Leonardini tienen un archivo especializado con bibliografía sobre el artista, donde destaca el libro “Arte de la vida en riesgo.” (Lima, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2004). Esta misma casa de estudios organizó la exposición Félix Rebolledo. Una vida a través de su obra presentada en el Colegio Real entre del 5 de marzo al 16 de abril del mismo año. Hay, además, un artículo titulado “A la Semana Siguiente”, dedicado exclusivamente a Rebolledo, publicado en Brasil en el año 2006, y otro dentro de Grabadores Peruanos Contemporáneos, editado en la Revista El Centavo Nº 167, Morelia, México, agosto, 1997. También, Rebolledo es consignado en el libro “El Grabado en el Perú Republicano” (Lima, Fondo Editorial de la UNMSM, 2003).

EN EL FUEGO DEL HOGAR
En Catacaos, su tierra natal, siempre Félix Rebolledo Herrera es una presencia permanente, libre y soberana, avivada por el fuego del hogar de la familia Rebolledo-Herrera, en la calle San Francisco, en el corazón mismo de esta ciudad piurana. Su madre, la señora Doraliza Herrera Inga de Rebolledo, sufrió en carne propia la muerte física de su hijo, quien sigue siendo extremadamente real en el calor de la familia, y vigente para el Perú y el mundo en su obra plástica.
En su esfuerzo por reivindicar la memoria de Félix Rebolledo. La acompañan sus hijos e hijas, entre ellos el poeta Lelis Rebolledo. Otro hermano de Félix, el sacerdote Juan Rebolledo, expresa que “la familia no guarda rencor a nadie por el asesinato de Félix”, y han sabido encontrar en Dios la paz para esta enorme congoja.
En la sala principal de la casa de la familia Rebolledo-Herrera en se conservan grabados, pinturas, dibujos y fotografías de Félix Rebolledo, así como sus herramientas, planchas y “tacos”. Hace poco decidieron ampliar la muestra permanente en su casa natal, que poco a poco se va convirtiendo en un lugar de peregrinaje. Los cuadros exhiben un inusitado orgullo, como un mensaje que viene desde lo más profundo de la historia: retratos, paisajes, hombres trabajando, mujeres del pueblo, en tonos monocromáticos. En los grabados destaca la fuerza y energía de los cortes sobre la plancha de madera, que llevan una impronta de dinamismo al papel, en un juego de sombras y luces sorprendente a la vista.
En efecto, Rebolledo fue un pintor excepcionalmente dotado, con aptitudes naturales para la plástica, desde sus años mozos. Pero sintió un llamado más profundo, al sentirse comprometido con el logro de la justicia social, el reino de Dios en esta tierra.

UN ARTISTA COMPROMETIDO
Personalmente, no es mi intención afirmar o negar la posición política de Félix Rebolledo, si era militante o no de determinado partido. Esto una tarea pendiente para la historia
Pero lo que sí podemos afirmar es como todo artista de corazón puro, también su vida estuvo marcada por un sino trágico. En el Perú de los últimos años, son varios los artistas que por razón o por emoción optaron por el camino del cambio social y fallecieron en el intento. El primero de ellos, Mariano Melgar (acaso el más inocuo en su áurea romántica, murió durante la lucha por la emancipación en el siglo diecinueve).
Más recientemente, en los años sesenta, el poeta Javier Heraud, aquel de los versos diáfanos de “El Río”, toma una decisión radical a sus 21 años y abraza la causa de la insurgencia. Fue acribillado en Puerto Maldonado, “en medio de pájaros y árboles”.
La poeta peruana Dalmacia Ruiz-Rosas escribió lo siguiente en 1990 en una crónica sobre el caso de Félix Rebolledo, texto que es citado por Paolo de Lima en un estudio reciente: “Algunos círculos vinculados a las Bellas Artes se conmovieron al enterarse [de] que en la masacre de los penales había fallecido Félix Rebolledo, un pintor de calidad y talento apreciado por tirios y troyanos en esta Lima, La Horrible. Haciendo un símil —no exagerado— podría compararse con el boom que significó para las «bellas letras» el descubrimiento que en una columna guerrillera del Ejército de Liberación Nacional estaba el poeta joven brillante de su generación Javier Heraud”.
La comparación es muy ilustrativa, porque tanto Rebolledo como Heraud (por citar los casos más conocidos pero no únicos) son dos artistas excepcionales que tuvieron similar destino.
Paolo de Lima, al analizar la violencia política en el Perú hace una revisión del poema de José Antonio Mazzotti: “Ni olvido ni perdón”, que trata sobre aquel aciago “19 de junio”, y donde se menciona a Félix Rebolledo y otros intelectuales, y reflexiona sobre el “poeta-héroe” de esta manera: “Para cualquier poeta peruano que se respete, Heraud es un mito, un héroe, un poeta joven brillante. El paso adelante dado por Mazzotti y por otros autores más del periodo (como algunos miembros del grupo «Kloaka», por ejemplo) fue saber apreciar a su vez (con todos los reparos ideológicos que se les puedan hacer) la misma heroicidad en los «renovados» Arquímoros (Mazzotti dixit) y Herauds de los años ochenta”.

El poema de Mazzotti se refiere a Félix directamente en dos momentos: “(Cómo pesa en el cerebro ese ladrillo. / Julián, Félix, Jacinto, cómo pesan. Vimos / correr los camiones con desmonte. Por las piedras / sus dedos se asomaban, despidiéndose)”. Luego afirma: “(Tú nunca llegaste / o quizá no supiste llegar. / Desde el fondo de un río hablan por ti Jacinto y Félix, van gimiendo / cada vez que me raspo con la arena, cuando miro / mis huesos cubiertos de hongos, mi piel inflándose en el sol, / en medio de alas y picos / regados desde abajo y en silencio)”. Cabe anotar que el poema “19 de junio” está incluido en el tercer poemario de Mazzotti Castillo de popa, finalista del Premio Casa de las Américas en 1988.

Pero no es el único ni el mejor poema de homenaje al pintor acribillado y bombardeado. En 1987, pocos meses después su muerte, Lelis Rebolledo publica “Flecha púrpura”, en versión a mimeógrafo y con la estética del fanzine, un sentido poema-homenaje para su fallecido hermano mayor, con quien se le aprecia en una fotografía en blanco y negro en la iglesia de Sechura, con los cabellos agitados por el viento del desierto. El texto es un poema en prosa muy emotivo e intenso, es una metáfora sobre la soledad, el dolor, la ausencia y la muerte. También el poeta Domingo de Ramos se refiere a los aciagos acontecimientos de El Frontón en el poema: «Su cuerpo es una isla de escombros» en tanto que Tulio Mora aborda la violencia en el Perú en “Cementerio general”. Es importante citar también al poeta piurano Róger Santiváñez, amigo de los Rebolledo, quien con el seudónimo de Archi-Poeta publicó el artículo «Félix Rebolledo vive» (Asaltoalcielo 10. Suplemento cultural de El Nuevo Diario, Lima, 29 junio 1986), un testimonio temprano y valiente.
Muchas palabras se han dicho, pero paradójicamente la obra plástica de Félix Rebolledo sigue incomprendida, y en algunos casos son algunos de sus propios colegas quienes han contribuido con sus opiniones a dificultar un acercamiento a esta gran obra. Es natural que un artista de la talla de Rebolledo haya tenido detractores.

Hace un par de años, en un encuentro casual con el plástico Herbert Rodríguez, al pedirle su opinión sobre Rebolledo, espetó: “No estoy de acuerdo con el arte terruco”. Semanas después él mismo se rectificó personalmente en la puerta de El Averno: “Admito que fue un error haber dicho aquello” (conversación personal).
Hay otra opinión –dislocada y extremadamente subjetiva a nuestro juicio- emitida por el artista plástico Juan Javier Salazar: «Yo estudié con Félix Rebolledo el primer año de Bellas Artes; él murió en la matanza [de los penales]. Era un pintor mediocre, pero una persona muy agradable, incapaz de matar una mosca. Él era asesor del sindicato de Luz y Fuerza, y entonces pienso que a él se le ocurrió oscurecer las ciudades. Él tenía todos los datos de las principales torres de energía. // Es que la luz eléctrica eliminó el rito del día y la noche: Dios creó el día, y el hombre eliminó la noche. Y si la noche era la muerte, con la electricidad se la espanta: se espanta muy bien a los fantasmas con luz eléctrica, ¿no? Entonces, apagar una ciudad es un espectáculo de arte conceptual que podría hacerse en Europa, EEUU… para que se vuelva al ritual primario del día y la noche. Y claro que también es un problema para los hospitales y demás. Cuando mataron a Rebolledo lo enterraron apresuradamente en Chincha…».
No estamos de acuerdo con lo que dice Salazar, y podemos calificar el injusto epíteto de “mediocre” sino como producto del desconocimiento. Por lo demás, las elucubraciones de J.J. Salazar sobre los móviles sociales de Rebolledo son inconsistentes. Insistimos en que sobre este campo hay que hacer un análisis más fundamentado y veraz.
En otros casos, pende sobre Rebolledo una visión que apela al impacto visual y conceptual. Paolo de Lima consigna en su investigación lo siguiente: “El artista plástico Marcel Velaochaga pintó y expuso en el 2002 La mesa de trabajo del pintor Félix Rebolledo, con colores pop agresivos, en el que se aprecia las figuras de Abimael Guzmán, Mao Tse Tung, Víctor Jara, Marx, Lenin y un guerrillero de Vietnam que apareció a su vez en la carátula de un disco de Quillapayun…”. El propio Velaochaga ha señalado que su intención ha sido meramente estética.

En todo caso, las apreciaciones sobre el valor de la obra artística de Félix Rebolledo son todavía fragmentarias, imprecisas, escrupulosas, o demasiado románticas, como estas líneas. Su biografía está todavía por escribirse, al igual que la interpretación de su mensaje pictórico. Sin embargo, lo cierto es que Félix Rebolledo es un artista indispensable para comprender al Perú porque dejó un valioso legado de belleza y verdad, impregnado de peruanidad y universalidad, más allá de los vaivenes de la época, de las opiniones periodísticas o del silencio oficial.

(*)El 16 de agosto del 2000, la Corte la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) emitió una sentencia responsabilizando al Estado en el caso de la matanza de los penales (…), precisando que es obligación del Estado esclarecer los hechos y sancionar a los responsables. Luego, de acuerdo al mandato emitido por la CIDH, la Fiscalía Especializada en Desapariciones Forzosas, Ejecuciones Extrajudiciales y Exhumación de Fosas Clandestinas abrió una investigación sobre estos sucesos para determinar la forma en que se produjeron el motín y su debelamiento; y determinar a los responsables del mismo, tanto en el campo legal como político. Durante las investigaciones se demostró la práctica de ejecuciones sumarias a internos rendidos tras el derribamiento del Pabellón Azul. Asimismo, se afirma que la Marina desarrolló un plan de desaparición de los restos de los internos fallecidos, el mismo que se ejecutó semanas después del operativo militar y que consistió en depositar los restos humanos en diferentes cementerios de la ciudad de Lima sin ningún tipo de identificación que permita el reconocimiento de sus familiares. (http://www.adehrperu.org/index2.php?option=com_content&do_pdf=1&id=460)


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