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sábado, 29 de enero de 2011

Macedonio de la Torre: Intensidad y altura

PINTOR TRUJILLANO ES PRECURSOR DE LA PLÁSTICA MODERNA EN EL PERÚ

Por: Nivardo Córdova Salinas (nivardo.cordova@gmail.com)
Fotos: Centro Cultural Inca Garcilaso de la Cancillería del Perú

"Autorretrato", por Macedonio de la Torre.

"Campiña", por Macedonio de la Torre en su primera época.

"Pesca nocturna", por Macedonio de la Torre.

"Pintor y paisaje de la sierra", por Macedonio de la Torre.

A casi tres décadas de la muerte del pintor peruano Macedonio de la Torre, su obra sigue siendo un referente en la plástica contemporánea: se inició en el naturalismo y luego evolucionó hacia el impresionismo, el expresionismo y la abstracción, por lo que es considerado como pionero de arte moderno en el Perú.

Macedonio de la Torre (Hacienda Chuquizongo, La Libertad 1893–Lima 1981), es uno de los más originales artistas plásticos del Perú pero a la vez casi un desconocido para la mayoría de peruanos. Es bueno recordarlo ahora, en momento en que la Escuela Superior de Bellas Arte de Trujillo -que lleva su nombre- se encuentra en un momento crítico, agobiada por el letargo y la inercia burocrática, sin un horizonte definido y casi a la deriva, con carencias de infraestructura y de un norte, problemas que afrontan también las demás escuelas de formación artística del país, incluida la Escuela Superior Nacional Autónoma de Bellas Artes.
Pero la crisis no existe en la obra de Macedonio de la Torre, por el contrario: su legado está más vigente que nunca, como se demostró en la reciente muestra antológica realizada en Lima el año pasado. Treinta de sus mejores obras pictóricas volvieron a hablar por sí mismas en una exposición organizada por sus herederos en el Centro Cultural Inca Garcilaso de la Cancillería, y con la curaduría de Luis Enrique Tord y el auspicio del nieto del pintor, Diego de la Torre.
Después de su muerte, el Perú no había visto una retrospectiva de sus trabajos en mediano y gran formato, pues la última exposición se realizó en 1968, es decir hace cuarenta años.

UNA VIDA LUMINOSA
Para Tord, la vida y pintura de Macedonio de la Torre interesan por varios conceptos: no sólo por ser uno de nuestros artistas más notables y originales, sino también “porque la ciudad de sus iniciales experiencias artísticas –Trujillo- en la que vivió entre 1924 y 1930– “fue un enclave de acontecimientos culturales decisivos para el Perú y el mundo Occidental en el primer tercio del siglo XX”.
Es casi un lugar común afirmar que Macedonio de la Torre acuñó sus primeras inquietudes artísticas e intelectuales en ese crisol espiritual que fue el llamado “Grupo Norte” o “Bohemia de Trujillo”, que integraron el poeta César Vallejo (nacido en la ciudad serrana de Santiago de Chuco y fallecido en París, Francia), el periodista y filósofo, Antenor Orrego, el poeta, periodista y arqueólogo José Eulogio Garrido, el poeta Alcides Spelucín, Federico Esquerre, Oscar Imaña, Juan Espejo Asturrizaga, entre otros como Víctor Raúl Haya de la Torre que luego se oriento a la labor política.
No es casual que Macedonio de la Torre represente una síntesis de la plástica peruana, junto a otros pintores como Ignacio Merino, Baca Flor, José Sabogal, Elena Izcue, Sérvulo Gutiérrez, Víctor Humareda, Tilsa Tsuchiya, por citar sólo algunos ya fallecidos. Macedonio, de formación casi autodidacta, encarna y logra superar aquella supuesta dualidad entre arte social y arte puro. En sus primeros cuadros predominan los temas peruanistas, el paisaje costeño y serrano, pero posteriormente fue virando hacia el vanguardismo a través del arte impresionista, expresionista y abstracto, razón por la que es considerado uno de los fundadores de la plástica contemporánea del Perú.
Con razón, el poeta César Vallejo escribió en la revista limeña Mundial en mayo de 1929 -a propósito de la participación del pintor en el Salón de Otoño de 1928 y en el Salón de los Independientes de 1929 en París- que “Macedonio de la Torre es dueño soberano de una estética realmente original y grande”.
A su retorno al Perú en 1930, siguiendo la opinión de Tord, el artista trujillano vino enriquecido con las enseñanzas y propuestas del impresionismo, el posimpresionismo, el cubismo y el expresionismo alemán, corrientes que marcan un hito pionero significativo en la evolución de las artes plásticas.
Una pregunta es insoslayable: ¿fue Macedonio un genio total o también influyó en ciertas circunstancias socio-culturales? No olvidemos que vivió su infancia en Trujillo y estudió en el Colegio Seminario Conciliar de San Carlos y San Marcelo -donde asistieron muchos otros intelectuales, cuando el país curaba las heridas que dejó la Guerra del Pacífico y entrando al siglo de los inventos: la electricidad, la cinematografía, la fotografía, el telégrafo.

CICLO VITAL
El niño Macedonio nació en el seno de una familia aristocrática, aunque él siempre renegó de este adjetivo. Entre sus parientes cercanos está su primo Víctor Raúl Haya de la Torre, también procedente de una familia acomodada, pero cuya sensibilidad social lo orientó hacia la política. Está documentado que en la infancia tuvo un acercamiento a la música (estudio violín con el maestro Manuel Tejada) y pintura. Al terminar los estudios escolares en 1911 ingresó a la facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Trujillo, que es la primera universidad republicana del Perú y la más antigua después de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Fue en esas aulas universitarias que conoció al grupo de amigos que sería decisivo en su formación intelectual y con quienes integraría el Grupo Norte. Pero Macedonio, como Vallejo, aspiraba a más: tuvo su experiencia limeña estudiando Letras, sólo por algún tiempo, en la Universidad de San Marcos, carrera que abandonaría convencido ya de que lo suyo era el arte.
Este es un momento crucial que sus biógrafos -con datos que él mismo proporcionó- han detallado ampliamente: con un grupo de amigos decidió viajar, casi a la aventura, hacia Chile y Argentina. Tord lo sintetiza así: “Fue una ruta curiosa: más de trescientos kilómetros a pie. El resto en precarios omnibuses, automóviles particulares y hasta en el techo de un ferrocarril trasandino. En la capital argentina fue la vida austera y los trabajos estrafalarios. ¿Uno de ellos?: tocar el violín todas las noches en un restaurante italiano”.
En cuanto a su estirpe de artista, el periodista Manuel Jesús Orbegoso, ha escrito uno de los retratos más rotundos del pintor. Reproducimos un fragmento: “Mucho demoré para hacer este reportaje. Macedonio, mitad pez y mitad ave, siempre se me fue de las manos. Mitad agua y mitad luz, siempre se me escapó de los ojos. Recuerdo que una tarde lo sorprendí en su atelier de la calle Mogollón doscientos y pico. Se paseaba como un prisionero o como un fraile. Iba de un brochazo de óleo a una vértebra de león, de una piedra gris a un pico de alcatraz. Iba del centro a la periferia. De espaldas, parecía no sé qué en medio de ese manicomio de arco iris y piedras en gris. Cuando la abertura de la puerta dejó de ser un tajo de luz y metí del todo la cabeza, yo me sentí alucinado también. Le acompañé en su nerviosa contemplación. Fui de acá para allá haciendo interrogantes con los ojos y con las manos, signos de admiración (...)”.
Y César Vallejo, sobre el genio creativo del artista, anota: “Habituados en América a los ´niños prodigios´ ya no se cree en los espíritus serios y reposados, enemigos del relumbrón espectacular y de la cucaña de plazuela. Ciertamente que se necesita una fortaleza moral extraordinaria y una poderosa seguridad en sí mismo para resistir a las tentaciones de la rutina distrital y para defender contra la corriente el ritmo natural y el sano proceso creador de nuestro espíritu”.
En Argentina, Macedonio se vincula con los artistas del barrio de La Boca: Benito Quinquela Martín y Orlando Stagnano. A su retorno al Perú, en Trujillo, vuelve a reunirse con sus amigos. Las veladas en su casa del jirón Gamarra son famosas. En una de ellas Vallejo recita por vez primera su célebre poema “Los heraldos negros”. Otras reuniones se efectuaban en la hacienda El Molino, del compositor y pianista Daniel Hoyle, cuyos vestigios todavía pueden apreciarse (esperemos que este hermoso espacio no sea demolido, como ya ha ocurrido con otros exponentes de la arquitectura monumental trujillana).
No obstante estar en este “parnaso cultural” que era Trujillo, Macedonio emprende en 1924 su viaje a Europa. Allá recorre Alemania, Italia, Holanda, Bélgica y Francia, y estudia minuciosamente la obra del gran Vincent Van Gogh, de quien adopta algunos planteamientos de color y trazo, así como el arte italiano y el expresionismo alemán. Felipe Cossío del Pomar lo describe así durante su estadía parisina: “Encerrado en su modesto taller de Montparnasse pasa las horas en laboriosa creación. Huyendo de los malabaristas, de los quimbosos entrometidos que se alimentan de café en la Rotonda, de toda esa farsa fomentada por los judíos de la Rue de la Boetie, trabaja y estudia desarrollando su propia personalidad. Así se ha hecho uno de los más formidables coloristas. Como Utrillo, ¿por qué no decirlo?, tan bien como Utrillo, interpreta las plazas de París, las escenas vocingleras de los mercados, las calles tortuosas de Montmartre, con una exquisita sensibilidad. Entre mis compatriotas no conozco ninguno, salvo Barreda, que conozca mejor las armonías cromáticas, que sienta mejor el alma de un paisaje”.
Macedonio de la Torre retornó al Perú seis años después, en 1930, ya con una obra brillante. Instala su taller en Lima y en esa década, en pleno auge del “indigenismo”, Macedonio sorprende con su audacia vanguardista. Fue incomprendido por muchos sectores, pero realizaba exposiciones en la capital peruana e inclusive en la ciudad de Nueva York. Citamos nuevamente al autor de “Trilce” refiriéndose al pintor trujillano y elogiando su madurez: “Desconfiad, –dice Cocteau–, de los poetas que obtienen demasiado pronto el sufragio de la juventud. Nada se desvanece tan rápidamente, como un éxito improvisado, así sea de buena ley. Macedonio de la Torre ha pasado los treinta años con felicidad. No ha figurado como niño prodigio ni se ha encendido ante su obra súbitas y universales admiraciones. El grueso público ha permanecido y permanece ante su pintura, indiferente y aún ignorante de ella. Y él, –después del terrible peligro de coartada de los treinta años– ha seguido y sigue trabajando y creyendo, amando y odiando, con creciente llamarada creadora. No se ha apurado ni quiere improvisarse. No busca embaucar ni embaucarse a si mismo”.
Macedonio, además de la pintura, cultivó el dibujo y la escultura “conceptual”, creando artefactos con piedras marinas, huesos de aves, botones, crustáceos. Todo era para él materia prima para su arte. Por ello, Alcides Spelucín acota: “Como a los artistas del Renacimiento, no le es ajeno a este gran temperamento el secreto de ninguna disciplina estética. A todo se ha acercado con amor y efusión, y en todo ha logrado realizaciones fecundas. Pruébanlo, de sobra, sus interpretaciones musicales y sus ensayos plásticos de ayer y sus pinturas, henchidas de luz y de color, de hoy”.
Otro gran escritor peruano, Sebastián Salazar Bondy, dice de él: “Sin mostrar predilección por corriente alguna, sin dejarse ganar por determinados logros, ha sabido ir en cada dirección tras la expresión siempre sorprendente y plena de sugestiones. La pintura de Macedonio se caracteriza precisamente por eso: hay cimas a las que arriba gracias a una especie de iluminación imprevista”.
Juan Manuel Ugarte Eléspuru también conoció a Macedonio de la Torre: “Lo recuerdo muy vívidamente, pues siempre, hasta su muerte, fue locuaz, comunicativo, eufórico, con una vivacidad mental que hacía su parla atropellada y hasta inconexa, por la tumultuosa acumulación de palabras...”. De hecho, el nervio de un gran creador.
La obra de Macedonio de la Torre encarna una peculiar ética humana y estética, su gran talento y manejo del color. La Escuela Superior de Bellas Artes de Trujillo, por el sólo hecho de llevar el nombre de tan magno artista, debe someterse a una urgente reconstrucción de sus idearios. Además, y esto es quizás más grave, las obras del pintor son poco conocidas por las nuevas generaciones trujillanas, poniendo de manifiesto la urgencia de dedicarle un museo a sus obras, como una contribución a la memoria visual del Perú. (NCS)4


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