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sábado, 8 de octubre de 2011

"El vehículo de los príncipes", poemario de César Castillo García


La poesía de César Castillo García (Trujillo, 1976), escritor, poeta y periodista trujillano contemporáneo, ha ido adquiriendo consistencia, magia, simbolismo. Es cada vez más poesía y más poeta. Desde su libro "Los nombres del agua" -y desde antes de empezar publicar-, él ya tenía la condición de artista. Invisible, etéreo, luminoso como sus cantos: asumimos que su condición material es el reverso de su existencia inmaterial.


Como los poetas románticos y simbolistas, cual un José María Eguren o un Juan Ramírez Ruiz, ha venido caminando con su andar pausado, acaso escondiendo sus tormentos, cultivando su chacra inmemorial: 


"Terminado el trabajo del jardinero, una nueva consciencia amanecerá manifestando toda su luz sobre el rostro desnudo del planeta, fertilizándolo para siempre. Sus rosas habrán esperado con los pétalos desplegados el retorno de su jardinero. Él las habrá contemplado todo el tiempo, danzando con galaxias, átomos, agujeros negros y cuásares, pronunciando lenguajes con los dedos de los pies".


No habíamos necesitado conversar con Chicho para conocerlo. Lo habíamos visto, adolescente, en los pasillos del Colegio Claretiano de Trujillo -claustro que acunó a otros intelectuales y artistas como José Carlos Orrillo y el novelista y publicista Gustavo Rodríguez-. ¡Luminosas aulas celestes donde dejamos un retazo de vida! El poeta se estaba forjando entre las calles fantasmales del centro histórico de Trujillo, en los parajes caminantes, en las rejas ocultas, en los zaguanes indómitos donde "ríen los triángulos".


"Y todo desaparecerá en el Absoluto: el jardinero atravesando los polos del planeta, las espinas del sendero ensangrentadas, el cadáver del hijo preparado para su peregrinación a los infiernos, sepultado en una barcaza bellamente tallada, cubierto de pétalos y hojas de nogal. Un ser transfigurado".

Y así se iba pasando la vida. Su vida. Necesariamente dolorosa, inmanentemente pálida. Visiblemente herido por CésarVallejo y por Luis Valle Goicochea, sus amigos invisibles, amortajado y acunado por Hölderlin, el poeta César Castillo ya iba gestando su canto, entre el fútbol y las excursiones a Wanchako. 

"Como en una caracola de mar / Mi voz no cesó de rugir" nos dice. 

De "Los nombres del agua", translúcidos como las aguas del río Moche, el poeta ahora pasea su soledad como un príncipe ensangrentado en medio de su angustia y su dolor. Su nuevo libro "El vehículo de los príncipes" (bellísimamente editado por Casa Nuestra Editores, del poeta Alberto Alarcón), es un nuevo parto doloroso.

Como dice Rimbaud: "Tenemos fe en el veneno / sabemos dar la vida entera todos los días"

Estamos en deuda contigo, maestro. Por tu palabra luminosa, por "tu  silencio atrozmente agitado", por los caminos desandados. Estamos en falta, acaso por nuestra ausencia permanente. Estamos aquí, hablando con las sombras del día, subidos en este "Vehículo de los príncipes". No importa que la crítica oficial responda con la indiferencia o que los diarios de Trujillo (¿los diarios de Trujillo?) tengan miedo a transponer el umbral donde amaneces. No importa nada más. Algún día seremos polvo, seremos silencio, seremos nada.

"Finalmente el jardinero, como todo ser, habrá cumplido su ciclo vital. El planeta entero velará su reposo. O la transformación de su cadáver. Estará presente su madre cantando, rodeada de infinitas esferas luminosas producidas por una fabulosa floración fluorescente. Serán las rosas silvestres acogiendo el nacimiento de una nueva rosa".

A tu salud, hermano del alma.