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jueves, 9 de enero de 2014

Renato: un poeta en la blogósfera

Por Nivardo Córdova Salinas
nivardo.cordova@gmail.com

Reacio a publicar un libro en papel, desde su blog, “Errante como la vida de un perro callejero”, el escritor Renato Rodríguez lanza sus poemas al ciberespacio. Esta es una crónica intimista sobre él y sobre la inspiradora de sus versos y de su aventura lírica: su fallecida madre (pero eterna en la mente y el corazón), la excelentísima dama trujillana María Felízcar García García, “Mamá Maruja”.

La señora María Felízcar García García, “Mamá Maruja”,
madre del poeta Renato Rodríguez García
e inspiradora de su vida y de su literatura.

Parafraseando a Bertold Brecht, podemos decir que: “Hay poetas que escriben un poema, y son buenos. Otros escriben un libro, y son mejores. Pero hay quienes escriben toda la vida sin pedir nada a cambio: estos son los imprescindibles”.
De esta laya es el poeta, trujillano de corazón, Renato Rodríguez García (Cusco, 29 de mayo de 1970),  escritor, lector, melómano, observador oculto, cinéfilo, amante de la naturaleza, artista que se autodefine “obsesionado con el instinto de los animales y con la caballerosidad de las bestias, respetuoso, ciertamente galante”. ¿Algo más? Internauta, marinero en tierra y filósofo urbano, que viene realizando una obra literaria silenciosa (pero no silente), sin malabarismos ni efectismos, sin mucha finta pero con pasión y hondura. Con melancolía y alegría. Con honestidad, “claro y sencillo”, como soñaba Eguren.

CELESTE CIBERESPACIO
Reacio a querer ocupar primeros lugares en concursos amañados, renuente a publicar sus poemas en libros o a estampar su firma en letras de molde. Rodríguez se ha dedicado con ahínco a construir su propio edificio de palabras. Pero de barro sólido, como las huacas. Enemigo de la infamia, de los elogios fáciles (quizás me expongo a una llamada de atención por violar su apacible calma lírica); amigo incuestionable de la lectura y de la buena conversación.
Como buen juicioso jovenzuelo, Rodríguez sabe que “el silencio no es tiempo perdido” –como dice el poeta Gustavo Cerati-, pero la tecnología lo cautiva y ha encontrado en el ciberespacio una página en blanco por escribir con poemas y canciones; que exaltan la naturaleza y los instintos milenarios de los animales, retratados una y mil veces en imágenes robadas raudamente de la belleza inmaculada y celestial de bellas y cautivantes bestias. Y es a través de un blog, especie de bitácora virtual que surca los mares invisibles, donde el señor Renato Rodríguez García publica desde 2009 sus escritos en el más absoluto anonimato (pues firma con el seudónimo de Perro Callejero), en el blog http://prepago-dog.blogspot.com/
Para convencer a Renato Rodríguez de revelar su identidad “con la finalidad de que sus lectores lo conozcan, para contribuir con el Plan Lector y para solaz esparcimiento de la juventud estudiosa del Perú”- es que he tenido que hacer una serie de estrategias. Fracasé en el intento: “promoción, no te preocupes, en silencio estoy bien. Además, nuestra conversación no sirve para nada”, me llegó a decir en un tono que ya superaba varios decibelios.
Pero me quedaba un as bajo la manga: nuestra sólida amistad desde la época de la infancia, en que asistíamos en las aulas celestes del Colegio Claretiano de Trujillo, en la década del ochenta, mucho antes de que la ciudad se transforme lamentablemente en “la ciudad de la eterna balacera”. Las vivencias y anécdotas de la promoción XXVII Hno. Juan Diego Piriz Macías CMF, egresada en 1986, aún persisten en el recuerdo.

El escritor Renato Rodríguez García publica desde 2009 sus escritos
en el más absoluto anonimato (pues firma con el seudónimo de
Perro Callejero), en el blog 
http://prepago-dog.blogspot.com/

En efecto. Yo aterricé en Trujillo, junto con mi familia, después de haber estudiado la primaria en la Escuela Fiscal N° 89521 de Consuzo, en las punas de Áncash. Llegué desconcertado al colegio trujillano en 1980, donde conocí a buenos amigos como Nando Vigo, Antonio Tay, Nicolás Garay, Mario Flores, Erick Murphy, José Chávez Linares, César Gálvez Wilson, Mario Lazarte Echegaray, Juani Gálvez Arana(+), Alberto José Goicochea Larco (+), Juan Carlos Abadíe Llaque, Juan Carlos Gayoso, Alfredo Ferrer, Mario Flores Alcántara, Edwin Jara, Max Pesantes Stein, Marco Antonio Benavides y Carlos Cabanillas Elías, quien andaba escuchando radios de onda corta para luego mostrarnos entusiasmado las novedades de sus audiciones secretas. También aprendimos a respetar y estimar a maestros como Pacho Vásquez Pita, Santiago Rodríguez o el Prof. Campero, a asistir a misa en la capilla y confesarnos con el padre Ángel Garrido o con el padre Bilbao. ¿Trujillo era otro o era el mismo de hoy? … Pregunta para el análisis.
Renato llegó en 1983, trasladado del colegio San Ignacio de Loyola, regentado por los Jesuitas, de histórica pasión por la educación, con su peluca crecida y su nostalgia infinita e imperecedera, junto con su hermano Renzo, otro gran amigo de la época, quien siempre al verme llegar de visita a su casa, sacaba una guitarra y me decía: "A ver, canta una canción".
Para convencerlo, le dije: “Renato, ¿te acuerdas cuando leíamos los recreos, a Vallejo, Julio R. Ribeyro y Cortázar, y cantábamos canciones de protesta en la Plaza Mayor o en los parques de Covirt y California, cuando el paisaje urbano estaba dominado por chacras y acequias hoy en extinción?
Parece que toqué fibras de nostalgia y Renato accedió a la entrevista, con una única condición: “Maestro, no hables de mí ni de mi poesía, porque la poesía es inútil; habla tan solo de mi madre, la inspiradora de mi vida y de mis versos”. ¡Por supuesto!, exclamé desde el chat. Y Renato desapareció de la pantalla como llevado por un huracán eléctrico.

EL RECUERDO DE MAMÁ MARUJA
¡Cómo olvidar jamás a la madre de Renato! La señora María Felízcar García García –Maruja, para sus amigos y parientes, excelentísima dama trujillana, con alma de poeta y artista. (“¡No pongas excelentísima, sino “maravillosa” por favor!"). Su esposo, el ingeniero Mamerto Rodríguez Ramos, nacido en Ayacucho, reconocido profesional, probo y columnista de diarios y revistas; ("suele decir Ayacucho para que no lo fastidien mucho”). Todavía la recuerda y la ama en el amanecer de sus obras egregias.
Pero ¿cómo no amar a quien era (y es en el cielo) la encarnación de la alegría y la poesía, de la tolerancia y el respeto a los jóvenes?
“Mi madre nació en Trujillo, un 22 de Junio de algún año y falleció el día de todos los santos. Escogió un día especial para irse, el 1 de Noviembre de 1999; no cruzó el siglo nuevo, quizás no hubiera soportado cómo se transformó la ciudad”. Y anota: “Papá y mamá se amaron intensamente. Era una balanza ese amor; imagínate, un ayacuchano con una trujillana. Mi viejo la quería como a una joya, la idolatraba y la amaba, y ella lo hacía reír hasta que la noche cubría sus rostros. ¡Qué amor el que se prodigaban! Ella siempre me decía ´Rena´, nos acostábamos durante horas en su cama a conversar mucho. Y nos reíamos demasiado”, recuerda el poeta.
Una de las peripecias de Renato y su madre, era abordar un ómnibus de la ruta California-La Esperanza. “Nos íbamos hasta el paradero que en ese tiempo quedaba en lo que ahora es Wichanzao, en el camino nos hacíamos compañía, y cuando podíamos nos comíamos un cebichito, en esos tiempos en que el tiempo era seguro y la compañía indisciplinada”.
En lo personal, tengo una anécdota especial (aunque algunos discrepen). Sucedió luego de la actuación por un Día de la Madre. A la salida, Renato, de 15 años, y doña Maruja –con su rosa en la mano– salieron del plantel. Al llegar al kiosko, compraron cigarrillos y la señora, en un gesto que demostraba a los seres diferentes  y de comprensión con su hijo, sacó una caja de fósforos y le encendió el cigarrillo a “Rena”. Ella prendió el suyo, resplandeció en sus rostros la complicidad de la inmadurez, y se fueron caminando… Yo me dije a mí mismo: “¡Es una madre de ideas muy modernas!”.
Le comenté esta anécdota a mi mamá Grimaneza, y muy preocupada me dijo: "Ay hijo, ahora los jóvenes son muy agrandados, usan el pelo largo, escuchan música rara, no sé que está pasando...".
“Tal como tu recuerdas, a edad temprana fumábamos juntos, ella tenía esa voz aguda y una risa contagiante, siempre conversaba de sus seres queridos, tenía una memoria prodigiosa y en esas tardes trujillanas, me narraba el árbol genealógico de la familia y los secretos mejor guardados. Se sorprendía ante pequeños detalles. Un día, hubo una feria en lo que era el complejo Mansiche; estábamos mi viejo, mi mamá y yo; de pronto él se alejó, nosotros seguíamos recorriendo la feria, cuando de pronto apareció mi padre y le dijo que extendiera la palma de su mano a mi mamá y depositó en ella el librito de poemas de amor más pequeño de mundo (tú sabes, en esas ferias).  Y ella, lo vi nítidamente en su rostro y en esos ojos transparentes que jugaban con la inocencia de una niña, resplandeció en un gesto de asombro y sorpresa agradable, era como si le hubieran regalado una joya invaluable… ¡Qué felicidad eterna irradió! Sabes hermano, mi madre solía cantar, cantaba en las tardes, rasgaba la guitarra. Ojo, ella no sabía tocar, sólo se acompañaba, y eran unas canciones rancheras, o boleros como esa canción de ´Fumando espero, al hombre que yo quiero, tras los cristales de alegres ventanales...´, y yo la acompañaba con mi sombra de curiosidad”, recuerda Renato, con nostalgia y a voz quebrada.
Ahora nos ponemos a llorar, como dijo el poeta Eielson, “ante un vasto e inútil teléfono descolgado”. Lloramos de alegría, o de pena, ya que importa. Lloramos “para nuestros adentros”, como dicen en mi tierra. Y luego reímos del absurdo de la vida y queremos volver al útero, a sentir el calor profundo de la vida.
¿Rena, y que vas a escribir ahora?, pregunto. “Nada amigo, nada importante”, mientras empieza a declamar de memoria aquel poema de Vallejo: “Madre, voy mañana a Santiago, a mojarme en tu bendición y en tu llanto…”


FUMANDO ESPERO
Por: Renato Rodríguez García. (Ver original aquí)

Me dijo te voy a demostrar nada más una vez lo que fue tu madre
y se paró frente a mí, era una noche alumbrada por un foco nervioso
cerca a diciembre
cerca a navidad
me senté en una gradita que separa el lobby de la sala
como de costumbre
cuando en largas horas de conversación lo hacíamos
esperé paciente torturado por tu magnánimo magnetismo
tus manos por el aire revoloteaban al compás de tu voz aguda
recitabas poseída por una fuerza indescriptible
el oprobio de la pobreza de tu lírica garganta emergía
cual sable de Atila laceraba la llaga hirsuta de un corazón joven
iluso coleccionista de tardes de inocente creyente de la igualdad humana
madre hipnotizado por el arte desbordante de tu ser
recorrió por mi pasmado cuerpo inerte tu vitalidad
mi piel envejecida que palpita día y noche aquel mágico instante
en que escuchó lo que me habían recitado miles de voces
tu arte mamá
simple e incomprensible
que se llevó el último resquicio de bondad de mi ser
me clavaste esa mirada bondadosa casi piadosa
y me susurraste sabía mujer
...."para que conozcas quien fue tu madre"...
ahora sonrío orgulloso que valió la pena vivir para presenciar
lo que tú eres
la mujer increíble y maravillosa que me despertó una madrugada
preguntándome si tenía un cigarrito y una coca cola...

La bohemia de Trujillo: Renato Rodríguez, penúltimo
de izquierda  a derecha, junto a Nicolás Garay,
Pepe Lucho Chávez Linares y el autor de la nota,
durante sus años de estudiantes en el Colegio Claretiano.

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